El orden criminal de la
civilización, depende del sueño maldito del progreso, de la
igualdad, del “voto útil”. Al orden no le conviene nunca que la
masa salga de la narcosis, que ilusiona la deplorable existencia a la
que se ve sujeta. El mundo en el que vivimos, es el infierno del
individuo, donde el Hombre prefiere sacrificarse por toda causa ajena
a sí mismo, sacrificarse por abstracciones como los ejércitos de
ratas, ofreciéndole a su irreal existencia un carácter sublime,
cuasi religioso, amparado por la cultura dominante. Estamos en
guerra, el orden criminal no perdona la disidencia. No podemos
imaginar el “estado de paz” perpetuo, mientras la miseria del
viejo mundo se extienda a todos los aspectos de la vida. Seguimos en
el infierno, la única opción que tenemos es el devenir artístico
de la pulverización de lo vigente. El mundo moderno es el punto
muerto del individuo, la muerte ha recaído sobre la plenitud egoísta
consumiéndola en nombre del Todo desfasado. La suerte de la
generación pasada, la actual, como la futura está condenada al
sufrimiento, a la ira misericordiosa de Dios, nuestro salvador.
Nuestra vida es el precio a pagar, no existe milagro que nos libre de
la pesada carga de la problemática de vivir. Sin embargo, la ley del
orden quiere que el Individuo se consuele en su propia ruina, un
cúmulo de victimas inútiles, ansiosas de reconstruir sus vidas.
Nuestro destino es la
catástrofe, cada vez la deseamos más, para fugarnos del presente
que nos sujeta a la desdicha de nuestras existencias, mantenido por
el humanismo catalizador. La consumación de nuestras ideas se
suceden ahora bajo la sombra de la Muerte, del renacimiento tras la
quema, bajo el triunfo del Esquizo fracturando los valores que
salvaguarda religiosamente, el ciudadano modelo. Todo será reducido
a no más que un puñado de individuos, que resurgirán de lo
profundo de la calcinación de lo sagrado, del absoluto científico.
No podemos cambiar el orden, la única solución disolvente es
guiarlo hacia al abismo, antes de que perezca nuestra individualidad,
caerá todo aquello que no sea la plenitud del Egoísmo.
Nuestra idea es
mortífera, es la expresión de la unicitidad, que se consagra a la
destrucción de todos los sistemas sociales que aniquilan al Único,
la causa individual sólo puede reconocer su propia voluntad de
Poder. Esa expresión mortífera debe agotar su demencia dando
rienda suelta a su nocividad, en abierta confrontación con todo lo
vigente, lo caduco, lo desfasado, lo decadente. Es preferible la
catástrofe a la reforma, es preferible unirte a la maldición antes
que repensar el mundo.
Deseamos elevar la
catástrofe sobre lo que se ve caduco hace mucho tiempo, la edad de
la razón científica o humanística, la era de la bendición del
Estado. Retornaremos de las tinieblas sin ningún absurdo valor
criminal o esperanza ridícula. Seremos la advertencia del devenir,
ninguna herencia de la miseria será perdonada, el Caos como un
relámpago impondrá su voluntad incendiaria. Nuestros conciudadanos
siempre han sido nuestros enemigos desde hace siglos, ahora más que
nunca. La Muerte consumirá en el pozo de sus atributos a los
Santos, a los virtuosos, a los buenos, a los acomodados. El delirio
del Caos es la destrucción del origen de las ideas religiosas y
morales, el Hombre y todo su orden.
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